Pobre Don Mariano. Dijo mi madre mientras quitaba el agua al bacalao.

-¿Pobre? Qué le ha pasado? Contesté acabando de laminar los ajos

-Le enterraron hace una semana. Pon un dedo de aceite en esa sartén y el fuego al seis. Y echa la guindilla

Don Mariano vivía dos pisos más arriba de mi casa de niña, sus hijos y mis hermanos jugaban juntos, Belén, su hija mayor y yo habíamos sido compañeras de colegio, aunque nunca fuimos amigas.

Don Mariano era un vecino peculiar. Vestía con la misma ropa supuestamente elegante fuese invierno o verano, la misma si iba a por el pan o de boda. Camisa de cuadros, corbata, pantalones sujetos con tirantes y un sombrero. Nunca sabías si iba o venía. Si te cruzabas con él en la escalera, podía darte un abrazo y dos besos o mascullar insultos.

Ayer por la tarde, continuó mi madre, llamaron a la puerta los tres hijos de Don Mariano, Saca los ajos, que no se quemen. Y baja el fuego al cuatro. Me pidieron que subiera con ellos y fuese testigo de que abrían la puerta de su casa y entraban dentro. El bacalao con la piel hacia abajo primero.

-¿Y subiste?

-Claro, no pares de mover el bacalao, que vaya cuajando el pilpil. Llevaban un mes sin saber nada del padre. Nunca les trató bien, así que ellos cada vez le llamaban menos y le visitaban nunca. ¿Te acuerdas que te comenté que se le veía mucho con el director del banco?

-Si, el del pelo blanco. ¿Doy la vuelta al bacalao?

-El director del banco ha sido el que se ha ocupado de Don Mariano desde que se llevaron a la madre a la residencia, se ocupó de que le subieran comida del bar a diario, de mandar a una asistenta que le limpiara la casa una vez a la semana, y de limpiarle la cuenta bancaria. Da la vuelta al bacalao, y sigue moviendo.

-¿Qué?

-Que le des la vuelta.

-Ya voy, mamá, lo de la cuenta.

– Pues según me han contado mientras el cerrajero abría la puerta, tanto bajar solo al banco durante tanto tiempo… porque nunca les dejó enterarse de lo que cobraba, o lo que tenía. En vez de confiar en los hijos, confío en el director, y con el firma esto, yo te soluciono eso, le ha quitado todo el dinero, tenía un poder notarial para hacer y deshacer, y consiguió que firmase el testamento desheredando a los hijos.

-¿Qué?

-Saca el bacalao y baja el fuego al dos, y no pares de mover el pilpil, coge la varilla de batir huevos, pero no lo hagas muy deprisa.

-¡Pero sigue contando! Yo muevo, yo muevo.

-Hay poco más que contar. El del banco hacía y deshacía a su antojo. Se fue ganando su confianza, Don Mariano fue perdiendo la cabeza… Un día le llevó a urgencias, como iba con el poder notarial se hizo cargo de todo y cuando se murió, le mando enterrar sin que se enterasen los hijos. Se enteraron cuando se aburrieron de llamarle por teléfono y empezaron a recorrer hospitales. ¿Ya está el pilpil?

-Si, creo que si, dije sorprendida.

-Echalo sobre el bacalao y pon los ajos encima, emplata, que dicen la tele. Cuando el cerrajero abrió la puerta, entré con ellos, la casa estaba… Como siempre, ya sabes, llena de adornos y papeles por todos lados. En la mesilla de la madre las pocas joyas que tenían, y han dicho los hijos que donde debían estar el libro de familia y las escrituras del piso no había nada. Pobre Don Mariano.

-Pobres hijos. ¿Así está bien el plato? bien. Vamos a la mesa